Berlín, Alemania
Viktor
El mundo se siente como un mar agitado, uno que está siendo sometido por una tormenta. Voy y vengo, flotando entre el sueño y la vigilia. Cuando logro despertar, no soy realmente yo. Mi cuerpo pesa toneladas y mi mente es un laberinto de sombras.
La fiebre me arrastra a un abismo donde el dolor es un susurro constante en mi piel. Y ella está ahí.
Mi madre.
Se sienta en la orilla de mi cama con su cabello rubio cayendo en ondas sobre sus hombros y sus ojos tan grises como los míos están llenos de tristeza.
—Mamá… —mi voz es apenas un murmullo.
Ella me sonríe con esa dulzura que solía darme cuando era niño. Antes de que todo se desmoronara.
—Mi niño hermoso —susurra, acariciando mi rostro con manos que ya no existen.
Quiero hablarle. Quiero decirle tantas cosas, expresarle que lo siento. Que lamento no haber sido lo suficientemente fuerte. Lo siento por no haber podido protegerla. Lo siento por dejarla morir.
Pero ella solo me mira, con una ternura que duele más