Berlín, Alemania
Viktor
El día transcurre en una monotonía exasperante. El médico entra y sale, revisándonos a ambos con la misma expresión de calma ensayada que me empieza a sacar de quicio. No soporto estar encerrado en esta habitación con la única opción de mirar el techo o a Emilia, quien ha pasado la mayor parte del tiempo en silencio, sumida en sus propios pensamientos.
Hago bromas, le digo cosas esperando su reacción, que me busque pelea, mas solo obtengo silencio e indiferencia.
Odio admitirlo, pero ver cómo evita mirarme me irrita más de lo que debería. Finalmente, cuando el sol empieza a bajar, el médico se planta frente a nosotros con la expresión de un hombre que ha tomado una decisión inamovible.
—Ambos pueden regresar a sus habitaciones —anuncia con firmeza.
Frunzo el ceño. —¿Estás seguro?
—Sí —afirma sin titubear—. No hay razón para que sigan aquí. Tú seguirás con los antibióticos y evitarás esfuerzos innecesarios. Y tú —mira a Emilia— debes tomarte las cosas con calma.