Árnica negra

Stefano intentó incorporarse, pero el dolor lo hizo gruñir y caer de nuevo.

—¿Un hijo? ¿Con quién? ¿Con Marco? —Por un momento me pareció que estaba celoso, pero no, estaba segura de que tan solo era su ego.

Me le quedé viendo, quería gritarle la verdad, decirle que Lykan era suyo, que llevaba su sangre, pero me contuve. No le daría ese poder, no le daría nada.

—No te debo explicaciones —dije, con tono frío— tú me traicionaste, Stefano, me humillaste, no tienes derecho a preguntar nada, qué más te da si tuve a mi hijo con Marco, o con otro.

Se quedó callado, su respiración era pesada.

—Chiara… —dijo, pero lo corté.

—No digas mi nombre —siseé— no tienes derecho.

Me levanté, dándole la espalda, Lira rugía en mi interior, dividida entre el deseo de proteger a Stefano y el impulso de arrancarle la garganta.

—Vuelve a dormir —dije, sin mirarlo— necesitas descansar.

Salí de la cueva, me apoyé contra una roca, mis manos temblaban. No podía seguir así, no podía dejar que Stefano me rompiera
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