El silencio dentro de la cabaña nupcial era más denso que la nieve que se acumulaba en el techo. El olor a humo de leña y de las hierbas medicinales no lograba ocultar el aroma de la sangre seca en nuestros hombros.
Kael cerró la puerta de madera con un golpe, no me miró de inmediato. Con la calma de un depredador en su guarida, recorrió el espacio reducido: había una cama ancha cubierta con pieles de oso, un brasero, un arcón tallado y dos copas de cuerno sobre una mesa.
Yo me quedé parada en el centro de la habitación, con las manos apretadas a los costados, la marca en mi hombro latía con un dolor punzante y constante. Un recordatorio de fuego y hierro de lo que ahora era. Propiedad, una pieza en el tablero de Kael.
Finalmente, volteó a verme.
—Bien —dijo —la farsa concluyó. Ahora comienza el verdadero trabajo.
—No fue una farsa —repliqué— fue una elección.
Kael arqueó una ceja,.
—¿Elección? —Cruzó los brazos sobre su pecho —te vi mirarlo mientras sangraba en la nieve. Esa no es l