Punto de vista: Livia
Me sentía invadida por la rabia, no soportaba ver cómo la miraban. Esa sucia, esa mugrosa. Esa cosa insignificante que se hace llamar Naia.
Ayer todos me miraban a mí, ahora parecen no verme, y todo por esa bastarda que se apareció en la fiesta con ropa entallada, como si de pronto fuera algo más que basura.
Fabio vino a buscarme a mi cabaña, como siempre, pobre, es tan aburrido, hambriento, fácil de usar.
—¿Quieres olvidarte de la puta del momento? —le susurré.
Me miró, como el idiota que es, y asintió, lo tomé de la mano y lo llevé detrás del almacén, donde nadie nos interrumpiría. Se dejó hacer como un buen perro.
Me bajé las bragas y me monté sobre él, no por placer, lo hice solo por poder, clavé mis uñas en su pecho, metí mi lengua en su oído, necesitaba mantenerlo bajo mi dominio por completo.
—Stefano se está distrayendo, necesitamos que vuelva a mirar en la dirección correcta —le dije mientras me movía sobre él, marcando el ritmo.
—Dime qué hacer —jadeó,