La caída de la reina

Por la mañana me desperté en medio de una especie de resaca, no pude dormir hasta la madrugada, tenía los músculos tensos, y sentía el estómago revuelto, el líquido que me dio la anciana seguía quemándome por dentro, había funcionado, mi olor alfa no estaba.

Me levanté arrastrando los pies, tenía que ayudar a realizar los quehaceres en la aldea, me dirigí hacia donde un grupo de mujeres remendaban algunas redes.

Y justo cuando creí que el día no podía joderse más, Livia apareció con su séquito.

—Miren quién se arrastra entre nosotros —dijo con su sonrisa de víbora— la Omega apestosa que no sabe cuándo rendirse.

Apreté los labios, tratando de que Lira calmará su ira, así que solo le di la espalda y seguí caminando. Livia soltó una carcajada.

—¿No vas a responder, Naia? ¿O estás demasiado ocupada oliendo a pantano?

Fabio se sumó, como siempre.

—Déjala, Livia, así es más divertido cuando se humilla sola.

Me detuve. Lira gruñó.

“Una palabra más y le arranco la lengua”, dijo dentro de mí.
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