La calle la recibió con un frío mordaz y el rugido de los motores a lo lejos.
Margaret corrió sin mirar atrás, el corazón desbocado. En su mente: no había otra explicación de cómo la habian encontrado.
En un a calle del barrio, un hombre se bajaba de su carro, buscando las llaves de su casa. Margaret no dudó. Lo empujó con violencia, arrebatándole la puerta del vehículo.
—¡Fuera! —gritó, y sin esperar se subió, girando la llave que aún colgaba del encendido. El motor rugió al pisar el acelerador hasta el fondo.
El hombre apenas alcanzó a maldecir cuando el coche salió disparado dejando huellas negras en el asfalto.
Las luces de otros autos comenzaron a seguirla, acercándose como depredadores al olor de la presa. Margaret apretó el volante, sintiendo que la respiración se le escapaba en ráfagas cortas. Por lo menos le ganaba en distancia.
Giró de golpe hacia una calle lateral, los neumáticos chillaron contra el pavimento. No podía volver a caer en sus garras.
Al llegar a una avenida, v