Amelie Manson
Un grupo de doctores me rodeaba, sus manos frías y enguantadas presionaban mi vientre con precisión quirúrgica, mientras murmuraban términos que se me escapaban. En realidad, no podía prestar atención a lo que ellos decían. Yo estaba atrapada en un único pensamiento, la idea insoportable de que mis hijos ya no estaban conmigo. Y eso, por Dios, si que estaba torturando por completo mi corazón.
Una de las médicas, una mujer de rostro sereno frunció el ceño mientras leía un papel. Movió la cabeza lentamente, y ese gesto fue suficiente para que mi mundo se desplomara.
—No… —susurré, sintiendo cómo un vacío gélido me atravesaba el pecho. El llanto me tomó por asalto, convulsionando mi cuerpo débil.
La doctora se inclinó hacia mí, acariciando mi frente, actuando como si fuera una amiga.
—¿Qué pasa, cariño? No llores, por favor.
La miré con incredulidad, es que me estaba doliendo, ¿Cómo no llorar? Lo que pasaba conmigo ahora, era lo peor que le podía pasar a una mujer.
—No me