Amelie se levantó de golpe, empujándolo con todas sus fuerzas. El cuerpo de Armando, tambaleante, cayó contra una mesa metálica. Ella no dudó un segundo: tomó el cuchillo y lo apuntó directo a su rostro.
—¡Aléjate o te mato! —le gritó, jadeando de rabia.
Con pasos rápidos fue hacia Soraya, que seguía atada y con la mirada perdida de terror. Sus dedos temblorosos lograron soltar las cuerdas que sujetaban sus muñecas.
—¡Tenemos que huir ahora! —le ordenó mientras la jalaba del brazo.
Pero Armando, tambaleante y con el rostro enrojecido por la furia, logró incorporarse. Aturdido, soltó un gruñido y se lanzó contra Amelie, tratando de arrebatarle el cuchillo. El choque fue brutal; las manos de ambos forcejearon con violencia, el cuchillo se deslizaba entre los dedos de Amelie, pero ella se resistía a soltarlo.
—¡Maldita perra! —vociferó Armando, apretando los dientes—. ¡Te voy a arrancar la vida aquí mismo!
Amelie, con un giro brusco, le lanzó una cuchillada desesperada. La hoja cortó de