Damián Feldman.
Las palabras de Valeria eran solo ruido en mis oídos. Hermosa, sí, pero exasperante. No podía verla como a una mujer… porque esa palabra solo tenía un rostro, Amelie. Aun siendo la esposa de mi padre, porque todavía no se firmaba el divorcio, allí estaba yo, envuelto en una locura insaciable. Delante de mí, una supermodelo se deshacía en insinuaciones, y yo… solo podía pensar en ella.
—Valeria, debo irme. Gracias por la invitación. —Me levanté bruscamente de la mesa, pero sus dedos se cerraron como garras alrededor de mi brazo.
—¿Adónde vas, Damián? No puedes irte.
—Tengo negocios pendientes. Estaremos en contacto. —No miré atrás al girarme, aunque sus gritos me siguieron hasta la puerta.
—¡Damián! ¡Damián!
Salí del bar como un poseso. Apreté con tanta fuerza el volante, que los nudillos se me marcaron blancos, estaba consumido de deseo, de esa necesidad irracional que me arrastraba hacia un único lugar: su casa.
Minutos después, el coche se detuvo frente a su puerta.