Amelie Manson
Noté cómo Damián palideció ante el teléfono antes de clavarme la mirada.
—Amelie, debo irme, pero tenemos una conversación pendiente.
—No te preocupes por mí, Damián. No hay nada pendiente.
Salió corriendo hacia su auto. Cerré la puerta y, apenas sentí su ausencia, respiré a bocanadas, tratando de recuperar la compostura. Mis ojos cayeron sobre los papeles del divorcio sobre la mesa. Los releí una y otra vez mientras acariciaba mi vientre. Estaba renunciando a todo, pero me quedaría con lo más preciado: mi hijo. Él lo valía absolutamente todo.
Horas más tarde…
Revisaba documentos en mi computadora cuando el teléfono sonó.
—¿Damián?
Dudé antes de contestar, pero la curiosidad me pudo más.
—¿Qué quieres? —respondí, desafiante.
—Amelie… a mi padre le queda poco tiempo.
—¿De qué hablas, Damián? —Mi tono cambió. No tenía nada contra Bartolomeo; durante nuestro matrimonio, siempre fue bueno conmigo.
—¿No lo sabías?
—¿Saber qué exactamente?
—Sobre la enfermedad de mi padre.
—C