NO PUEDE SER

Damián Feldman.

—Eder, estoy un poco nervioso, llévame a la casa de Amelie, ¿podrías conducir por mí?

—¿Qué? Pero estamos lejos de ese lugar, señor, son casi dos horas de viaje. ¿Qué pasa?

Estrellé mis manos con furia contra el escritorio y arqueé una ceja.

—No te estoy pidiendo un favor, te estoy dando una orden. Llévame a la casa de Amelie, ahora mismo.

Miré mi reloj. Faltaban diez minutos para las tres de la tarde. Me hubiera gustado llegar cuando ella también lo hiciera, pero al menos tenía la certeza de que a esa hora ya estaría en su casa.

Durante todo el camino no dejé de pensar en la imagen del bebé que Eder me había mostrado. Aunque sabía que Amelie había perdido a nuestros hijos, la sola idea de que hubiera tenido una relación con otro hombre me carcomía el alma. No podía soportar imaginar a otro maldito recorriendo su cuerpo, ese cuerpo que conocía a la perfección, que me pertenecía.

Golpeé la guantera del auto con violencia. Eder apenas me miró de reojo, preocupado.

—¿Qué
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