Narrador omnisciente
Un par de días después, Amelie volvió a Feldman. El edificio se veía distinto a como lo recordaba; no era solo la decoración ni las luces más apagadas, era la sensación de vacío en los pasillos. Menos empleados de los que ella recordaba, y eso era señal de declive. Aun así, no se dejó vencer por la nostalgia. Caminó con paso firme hasta su antigua oficina, que la nueva secretaria le abrió con una sonrisa nerviosa. La ayudó a instalarse, a organizar algunos papeles que estaban sobre el escritorio, y Amelie se sentó finalmente en aquella silla que había ocupado tantas horas de su vida.
Soltó un suspiro profundo. Sabía que el verdadero reto no era volver a esa oficina, sino demostrar que ahora era capaz de dirigir lo que le pertenecía.
La puerta se abrió sin aviso, y Damián entró con un ramo de flores en las manos. Ella lo miró sorprendida, sin poder evitar que un nudo se formara en su garganta.
—Bienvenida de nuevo, Amelie —dijo él, y le sonrió, haciendo que ella t