Amelie Manson
Entonces mi corazón vibró de alegría en el momento en el que él me hizo su propuesta. Nunca antes me imaginé que la idea de casarme fuera tan maravillosa como tener el anillo de diamantes que Damián colocó entre mis dedos, y todo se convirtió en magia.
Mi familia aplaudió, y aunque en un comienzo odiaban a Damián, desde su regreso —o más bien, desde mi regreso—, él se había convertido en parte de nuestra vida, además de que nos ayudaba demasiado.
—¡¡Me voy a casar!! —grité emocionada mirando mi anillo.
Damián me abrazó y me dio un beso lleno de ternura.
—Sí, preciosa, serás mi mujer. Y lo serás por fin, para siempre.
Mi madre se quedó mirándonos emocionada, y de repente unas lágrimas fluyeron por sus mejillas.
—Me siento tan feliz de que por fin puedas realizar tu vida, mi amor. Ahora sí puedo decir que lo que algún día me dijo Bartolomeo era cierto.
Me separé de Damián y me dirigí a ella.
—¿A qué te refieres, madre?
—Pues que él siempre quiso que tú fueras feliz, que su