Damián Feldman.
Los últimos días fueron insoportables. Agoté todas las vías legales para recuperar lo que me pertenecía, pero no encontré una sola salida. El estómago me ardía solo de pensar que esa aparecida se quedaría con lo que mi padre y yo habíamos levantado con tanto esfuerzo.
—¿Estás completamente seguro de que todo esto es legal? —le pregunté a Samuel, mi abogado y amigo, mientras repasaba con detenimiento cada documento.
—Damián… —respondió con calma, sin apartar los ojos del expediente—, esto es una emboscada legal perfectamente calculada. Tu padre sabía lo que hacía ¡Estás fuera de todo.!
—No necesito sus migajas. Voy a demandarlo, a destruirlo. Voy a recuperar cada centavo, cada acción, cada maldito metro cuadrado de esa empresa. Porque todo eso, le guste o no, es mío.
Samuel soltó una risa seca, casi con lástima.
—No puedes demandar lo que nunca estuvo a tu nombre.
Resoplé, masticando la rabia.
—¡Pero lo construí yo! —escupí, con furia.
—Pero lo hiciste usando su firma,