Sofía
Caminaba rápido por el pasillo, tratando de regular mi respiración después de ese encuentro con mi padre y… con él. Sentía mi pecho apretado y mi mente daba vueltas como licuadora sin tapa.
Apenas y podía enfocarme en nada más que en lo que acababa de pasar. Y en esa mirada. Esa mirada color miel que sentí clavada en mí como una caricia ardiente.
—Sofía —escuché la voz firme de mi tía, la madre superiora, llamándome.
Me detuve en seco, parpadeando. Mi corazón seguía acelerado, y mi mente, bueno… mi mente estaba preguntándose lo que no debía.
“¿Qué hacía el padre Fernando parado ahí? ¿Por qué me miraba así? ¿Por qué… siento esto en el pecho cuando pienso en él?”
—Sofía —repitió la madre superiora, esta vez con más fuerza.
—¡Sí, madre! —respondí rápido, girándome para mirarla.
Sus ojos grises me analizaron de arriba abajo, como si pudiera leer mis pensamientos impuros con solo un vistazo. Bajé la mirada al suelo, apretando mis manos contra los costados de mi falda.
—Necesito que