Sofia
No sé quién inventó el jueguito de los huevos en cucharadas, pero estoy segura de que esa persona odiaba la dignidad humana. Lo supe apenas el padre Sebastián nos reunió a todos frente a la pista improvisada de relevos y explicó la primera competencia:
—Cada pareja debe recorrer cincuenta metros con este huevo en la cuchara y pasarlo a su compañero sin que se caiga. Si se cae, empiezan de nuevo. La primera pareja en llegar al final gana.
Miré la cuchara, miré el huevo, y después miré a Fernando. Él se veía tan… normal, con su camisa blanca arremangada hasta los codos, los jeans gastados y su cabello castaño algo revuelto por el viento. Tan humano. Tan… hombre. Tragué saliva.
—¿Lista? —me preguntó él, inclinándose hacia mí con esa sonrisa que casi me hace derretir en pleno pasto.
—No —respondí, sacudiendo la cabeza—. Pero hagámoslo antes de que me dé un ataque de nervios.
Nos colocamos en la línea de salida junto a las demás parejas. Eva estaba con la hermana Martha, charlando an