Sofia
Nunca pensé que, después de todo lo que había pasado, mi mayor preocupación del día sería atrapar una gallina. Pero ahí estaba yo, con los pantalones llenos de tierra, la blusa blanca manchada y el cabello despeinado mientras corría detrás de una gallina negra que cacareaba como si le fuera la vida en ello.
—¡Vamos, Sofía, más rápido! —gritó el padre Fernando, corriendo a mi lado. Su voz ronca me llegó como un latigazo directo al corazón.
Lo miré de reojo mientras corría y casi tropiezo con una piedra. Estaba tan concentrada en él que por poco me caigo de cara al suelo.
Llevaba esa camisa blanca remangada hasta los codos, los jeans algo sucios por la carrera anterior y su cabello oscuro revuelto. Sudaba un poco, y ese brillo en su piel, combinado con la mirada decidida en sus ojos, me hizo tragar saliva.
—¡No me grites, padre, que estoy corriendo lo más rápido que puedo! —le respondí, sin aliento, mientras intentaba rodear a la gallina negra.
—¡Padre! —rió con fuerza y por un