La habitación estaba en penumbra, apenas iluminada por la luz del teléfono que descansaba sobre la almohada. Julie se acomodó en la orilla de la cama, con la camiseta larga como pijama y los pies descalzos sobre el suelo frío. El aire cargado de emociones se mezclaba con la voz familiar al otro lado de la llamada.
—¿Así que lo viste? —preguntó Emily desde Londres, con el tono entre afectado y enojado—. El beso. La pose. La forma en que Catalina se comportó frente a todos.
Julie cerró los ojos por un momento.
—Lo vi. Y lo que más me dolió no fue el gesto… fue que él no hizo nada.
Emily suspiró del otro lado.
—Tenía que decírtelo de todas formas. Porque sé que duele y porque… hay algo que no te he contado.
Julie alzó la mirada, confundida.
—¿Qué cosa?
Hubo un silencio breve.
—¿Recuerdas que te dije que saldríamos en una cita doble? yo pensaba que merecías conocer a alguien que te viera como tú ves al mundo…
—Sí, claro. Pensé que era una de tus ideas locas —respondió Julie con una sonris