Los días no se contaban en horas, sino en pendientes marcadas en la pizarra que Sean colgó frente al escritorio en su suite. Melbourne no era solo una ciudad ahora: era una promesa. El nuevo hotel, bajo el sello compartido de *Wilton & Co.* y su propia firma, debía ser impecable. Un comienzo que definiera el ritmo mientras él se ausentara para algo aún más importante.
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Margot—visionaria, precisa, directora general del proyecto conjunto—se convirtió en el contrapeso perfecto para Matías. Ella trazaba el diseño operativo, mientras él absorbía cada indicación como si fueran claves de acceso a un mundo que aún no dominaba. Sean los reunió cada semana en su despacho, delineando cada protocolo, cada escenario, incluso los imprevistos.
—Cuando yo no esté —dijo Sean una tarde frente al ventanal, con los planos abiertos—, ustedes no deben mantener el estándar. Deben superarlo.
Matías asintió sin titubear.
—Lo haré. Lo haremos.
Sean lo miró durante unos segundos. Ese joven había creci