El viaje por Italia se convirtió en una sucesión de paisajes que no necesitaban filtro: calles empedradas que contaban historias, balcones con macetas rebeldes, mercados donde el idioma era tan cálido como el pan recién salido del horno.
Sean conducía el Maserati con la soltura de quien recordaba cada curva. Julie lo miraba en silencio a veces, como si verlo en su país de origen revelara nuevas capas de él que Londres o Australia no le habían mostrado.
Pasaron por Liguria, donde los olores del mar parecían enredarse con los de las bugambilias. Luego Florencia, con su arte que desbordaba incluso las piedras. Sean la llevó al colegio donde cursó sus primeros años, y a la plaza donde había comprado su primera bicicleta.
—Nunca pensé que volver aquí, contigo, pudiera sentirse como llegar —le dijo una tarde mientras descansaban junto a una fuente silenciosa.
En Roma, caminaron de noche, con helado en mano y conversaciones suaves entre risas:
—¿Tú crees que nuestros hijos aguanten