Fuera lo que fuera lo que Julie tuviera que decir, tendría que enfrentarse a ello. Así como ya se había enfrentado a su propia obsesión —aunque pareciera unilateral— por convertir su matrimonio en algo que al menos se sintiera real.

Mientras tanto, Julie se encontraba en el baño, de pie frente al espejo, cepillándose los dientes con movimientos mecánicos. Sin maquillaje, con un pijama de algodón sencillo, se sentía como una versión doméstica de sí misma.

—Definitivamente no voy a ganar ningún desfile esta noche —murmuró con la boca llena de espuma.

Ese era justo el aspecto que buscaba antes de darse el baño. Una especie de disfraz antiatractivo, como si eso la protegiera de sí misma.

Pero algo cambió.

Durante el baño, durante los pensamientos que la desbordaban, durante el momento en que recordó la primera vez que Sean la miró como si fuera la única mujer en el planeta… Julie decidió dejarse llevar.

El problema era que el pijama que había elegido decía lo contrario. Y la lencerí