Capítulo 41

Las tardes en Noosa habían sido benévolas durante la última semana. Cálidas, ligeras, con brisas que no interrumpían, sino acompañaban. Todos los días, al terminar sus actividades, Julie salía a caminar. Y casi por casualidad —o quizás no tanto— Matías siempre terminaba a su lado.

La amistad entre ellos había crecido sin aspavientos. No había gestos exagerados, ni confidencias descabelladas, pero sí un entendimiento suave, una comodidad que se notaba incluso en el silencio.

Sean lo sabía.

Lo había visto desde lejos. En pasillos, en terrazas, en senderos. Caminaban. Hablaban. Reían. A veces solo tomaban café en vasos desechables mientras hablaban de métricas.

Y eso lo encendía por dentro más que cualquier otra cosa.

Esa tarde no era distinta. Ambos avanzaban por el paseo interno, flanqueado por árboles bajos y bancas discretas. Cada uno llevaba una copa de helado —limón y frutos rojos para Julie; vainilla con nuez para Matías— mientras hablaban de análisis de mercado y modelos de inver
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