CAPÍTULO 64. Destino al límite.
El frío de la sala blanca contrasta con el calor sofocante de la angustia que oprime el pecho de Valentina. Sus dedos se crispan sobre la tela de su falda; quiere estirar la mano y aferrarse a la de Alejandro, pero se contiene. Ese gesto sería demasiado revelador, una confesión muda que no se atreve a entregar.
Él permanece rígido en la silla de ruedas, el rostro endurecido, los ojos clavados en el suelo como si buscara en ese vacío un refugio contra la realidad que lo encierra. La tensión en su mandíbula revela más de lo que su silencio permite.
La puerta se abre con un chirrido metálico. Grimaldi entra, sosteniendo una carpeta llena de estudios. Se acomoda los lentes y los mira con una expresión grave, pero serena.
—Alejandro… señora Valentina —saluda con un leve movimiento de cabeza—. Ya tenemos los resultados de las resonancias y de la electromiografía.
El aire en la sala se vuelve espeso, casi irrespirable. Alejandro levanta la vista lentamente y aprieta los labios.
—Dime de una