CAPÍTULO 63. Bajo amenaza.
El silencio del pasillo la envuelve. Luciana respira hondo antes de girar el picaporte del despacho de Alejandro. La puerta cede con un leve chirrido. Entra despacio, casi de puntillas, como si el aire mismo pudiera delatarla.
—Vamos, Luciana… rápido, antes de que regresen —murmura para sí, apretando los labios.
La estancia huele a cuero y madera pulida. Todo está perfectamente ordenado, impecable, como si Alejandro vigilara cada rincón con la mirada incluso en su ausencia. Luciana se acerca al escritorio y pasa la mano por la superficie reluciente antes de abrir el primer cajón.
Vacío.
Frunce el ceño, revisa el segundo, el tercero. Papeles comunes, plumas, carpetas de cuentas. Nada.
—¿Dónde demonios guardas esas cartas? —susurra, nerviosa, mientras pasa hojas con rapidez.
Su respiración se acelera. Va hacia la estantería, aparta libros, revisa detrás de las carpetas de cuero. Se arrodilla frente a una cajonera lateral, abre con fuerza, saca documentos, revistas, hasta una caja con fo