CAPÍTULO 60. El dueño del juego.
El sonido metálico de los cubiertos contra la porcelana llena el silencio de la mesa. Valentina mantiene la mirada fija en el plato, como si los huevos revueltos frente a ella fueran un muro imposible de atravesar. Alejandro, sentado al otro extremo, la observa con atención.
Al cabo de unos segundos, deja la taza de café sobre el plato y frunce el ceño.
—Estás muy pálida —dice con voz grave, mezcla de orden y preocupación—. Voy a llamar a Grimaldi para que te vea.
Valentina levanta la vista de inmediato y fuerza una sonrisa.
—No, Alejandro… no hace falta. Estoy bien. Solo que anoche no dormí mucho.
Él la sostiene con la mirada, desconfiado, pero no replica enseguida. Parte distraídamente un trozo de pan, sin dejar de observarla.
Valentina intenta comer para no levantar sospechas. Lleva un bocado a la boca y mastica con lentitud. El sabor se le hace áspero, como si cada bocado se atascara en la garganta. Traga con dificultad y siente un nudo que sube desde el estómago.
Aparta la vista,