CAPÍTULO 61. Tormenta en la Mansión
El eco de los tacones de Luciana golpea con furia el mármol de la entrada. Apenas toca el timbre, la puerta se abre de golpe y aparece Dante, erguido, con esa mirada impenetrable que no revela nada.
—¿Dónde está Alejandro? —escupe ella sin saludar, la voz cargada de urgencia y rabia contenida.
—En el despacho, señora —responde él con calma, aunque sus ojos la siguen con cautela.
Luciana aprieta los labios, un destello oscuro cruza su rostro. Entre dientes murmura con veneno:
—Ese lugar debería arder... debí sellarlo para siempre.
Cruza el umbral como una tormenta, dejando tras de sí un rastro de perfume y tensión. Dante permanece en la puerta, observando cómo se aleja, sabiendo que nada bueno saldrá de esa irrupción.
Luciana avanza por el pasillo con pasos rápidos, casi desaforados. Sus dedos rozan las paredes como si cada rincón despertara un recuerdo que le resulta insoportable. La mansión entera parece contener el aliento mientras ella se aproxima al despacho, ese lugar maldito don