CAPÍTULO 39. Sombras de poder
La mansión está sumida en un silencio pesado cuando Alejandro llega. Valentina lo empuja con cuidado en la silla de ruedas, guiándolo por los pasillos con precisión silenciosa. Cada crujido de la madera bajo las ruedas parece resonar en la enorme casa.
Alejandro apoya las manos sobre su regazo, sintiendo el peso de su cuerpo y la inmovilidad de sus piernas. Cada músculo duele, pero más que el dolor físico, lo consume la sensación de impotencia. Su mirada se pierde en los muebles, los cuadros y la luz tenue de los candelabros, que dibujan sombras alargadas sobre las paredes. La mansión, que siempre ha sido símbolo de poder y control, ahora lo hace sentir pequeño y frágil.
Valentina no dice nada; su silencio es reconfortante y a la vez inquietante. Solo lo guía, lo acompaña con movimientos suaves, asegurándose de que cada giro y cada frenada sean seguros. Alejandro cierra los ojos un instante, dejando que la proximidad de ella lo sostenga, mientras una punzada de miedo y frustración rec