CAPÍTULO 38: Cacería en la acera.
El sol de la tarde golpea fuerte sobre el asfalto, pero nadie parece sentir el calor. La multitud de periodistas se arremolina frente a la entrada del hospital, formando un muro vivo de cámaras, micrófonos y gritos. Desde hace horas esperan este momento, y la tensión se corta en el aire como un cable a punto de reventar.
Las puertas automáticas se abren y, como si alguien hubiera liberado un resorte, el enjambre se agita.
Primero aparece un guardia de seguridad, abriéndose paso a codazos. Detrás, la figura de Alejandro, en silla de ruedas. Lleva gafas oscuras, pero su mandíbula tensa y la mano crispada sobre el reposabrazos lo delatan.
A su lado, su madre avanza erguida, con una expresión implacable, como si pudiera detener la marea solo con la mirada. Del otro lado, Valentina camina firme, sujetando la silla, ignorando los empujones y las preguntas. Más atrás, Isabela sigue la procesión, intentando mantener la distancia, pero sin dejar de observar.
—¡Alejandro, mire aquí! —grita un f