CAPÍTULO 37. No habrá perdón.
Valentina camina por el pasillo del hospital con el corazón latiéndole en las sienes. El olor a desinfectante se mezcla con un silencio pesado. El doctor Grimaldi la espera frente a la puerta de la habitación de Alejandro, con el gesto serio.
—Señora Valentina… —su voz es grave, casi un susurro—. Necesito hablar con usted.
—¿Qué ha pasado? —pregunta de inmediato, sintiendo que un frío le recorre la espalda.
El doctor suspira, apartando la mirada por un instante.
—Alejandro despertó hace unos minutos. Y… bueno, se dio cuenta de que no podía mover las piernas. Entró en pánico. Tuvimos que administrarle un sedante para evitar que su estado se descompensara.
Valentina siente que el aire se le corta.
—¿No puede… sentirlas?
—No. —Grimaldi la mira a los ojos—. El golpe que recibió le provocó una lesión medular a nivel torácico. Eso afecta la transmisión de señales nerviosas hacia las extremidades inferiores. Por eso no puede moverlas ni sentirlas.
—¿Es permanente? —pregunta ella, con un hi