CAPÍTULO 36. Obsesión.
El chofer detiene el coche frente a la casa de Andrés Baeza. Han pasado tantos años, pero el simple hecho de saber que volverá a verlo le acelera el corazón.
Lo ha amado con una devoción casi insana, un amor que la marca a fuego. Y él… él la miró, quizá la deseó, pero al final la dejó por otra.
Ese recuerdo aún le arde como una herida mal cerrada.
Aprieta su bolso con fuerza. ¿Por qué estoy nerviosa? —se recrimina—. No viene por él, se dice a sí misma, sino por un asunto que no puede postergar. Y aun así, hay algo en su interior que es una mezcla venenosa de pasión contenida y odio latente.
Respira hondo, baja del coche y camina hacia la puerta. Sus pasos suenan firmes, pero sus manos están frías.
Toca el timbre.
La puerta se abre y ante ella aparece una mujer vestida de enfermera. Rondará los cincuenta y tantos, pero su porte erguido, su piel tersa y ese cabello recogido con elegancia hablan de alguien que sabe cuidar de sí misma. Sus ojos, de un marrón cálido, la observan con atenc