Valentina no duerme en toda la noche. Cuando el amanecer asoma por la ventana, ya sabe lo que tiene que hacer: salir de esta casa y enfrentar a su padre. Valentina se sienta en el borde de la cama.Tiene que salir. Tiene que ver a su padre, mirarlo a los ojos y exigirle la verdad. Pero no puede simplemente llamar un taxi. Esta mansión está demasiado lejos de cualquier cosa, y los guardias no permitirán que cruce el portón sin autorización de Alejandro.Se pregunta cómo demonios va a hacerlo. Por lo pronto debe esperar que Alejandro no se encuentre en la mansión. Mientras él esté , no puede intentar nada, eso le dará tiempo para hacer un plan , debe pensarlo con mucho cuidado.El silencio de la habitación la envuelve, y por un momento se permite cerrar los ojos, concentrarse solo en respirar. Está agotada, pero sabe que no puede bajar la guardia. Debe mantenerse alerta. Todo depende de no ser vista por Alejandro antes de que pueda hablar con su padre.De pronto, el sonido de unos pasos
El sol aún no ha alcanzado su punto más alto cuando el auto negro se detiene frente a la entrada principal de la mansión. Valentina desciende por las escaleras con paso firme, aunque cada latido de su corazón parece retumbar en los oídos. Lleva un vestido color vino oscuro que se ciñe a su figura con elegancia, sencillo pero provocador sin proponérselo. Su cabello cae en ondas suaves sobre los hombros, y sus labios, apenas teñidos de rojo, le dan un aire de determinación.Alejandro la espera junto al coche, hablando por teléfono. Viste de traje oscuro, impecable como siempre, con los lentes de sol colgando del bolsillo de su chaqueta. Cuando la ve acercarse, interrumpe la llamada sin dudar. Sus ojos recorren a Valentina de arriba abajo, sin disimulo. No dice nada, pero su expresión se tensa por un segundo, como si algo en su interior se descolocara.Valentina también lo siente. Ese instante eléctrico en el que sus miradas se cruzan, donde el aire parece cambiar de densidad. Una tensió
El auto negro se detiene frente a la entrada del exclusivo Hotel Aravena Palace. La fachada de mármol blanco y los ventanales amplios reflejan el último destello del atardecer. Un portero uniformado se acerca de inmediato y abre la puerta con una sonrisa formal. Alejandro baja primero, impecable, dueño del lugar con solo caminar.Valentina lo sigue, bajando con cautela. El aire es fresco, pero no lo suficiente como para explicar el escalofrío que le recorre la espalda. A cada paso, siente el peso de la valija en su mano. No por su tamaño, sino por su contenido: las cartas que encontró en el despacho de Alejandro.En el vestíbulo todo brilla: lámparas de cristal, mármol pulido, una fragancia elegante flotando en el aire. Valentina avanza con paso firme, aunque siente que el eco de sus tacones sobre el mármol resuena más fuerte de lo normal. Alejandro camina a su lado, saludando con un breve gesto a los empleados, que lo reconocen de inmediato con una mezcla de respeto y discreción. No
Valentina Baeza está sentada al borde de la cama, rodeada por el silencio opresivo de una habitación lujosa en un hotel. Lleva puesto un vestido blanco que pesa más de lo que debería. Frente a ella, el espejo le devuelve la imagen de una mujer que no reconoce: ojos apagados, labios tensos y un corazón golpeando con fuerza en el pecho.La puerta se abre de golpe. No necesita girarse para saber quién ha entrado. Su presencia llena el espacio como una tormenta: Alejandro Ferraro. Su fragancia, una mezcla de alcohol y perfume caro, llega antes que él. Cuando se acerca, Valentina siente el calor de su cuerpo y la tensión densa en el aire.—Valentina... o mejor te llamo Señora de Ferraro —dice él con una voz burlona y cínica.Ella levanta la vista para encontrarse con la suya. Sus ojos marrones la escudriñan con una intensidad que la hace desear desvanecerse en la nada. Hay algo en él que la aterra y la atrae al mismo tiempo.Él se tambalea ligeramente al acercarse más; su aliento delata qu
***Flashback***Una semana atrásValentina llegó a casa con una sonrisa tenue en los labios y la cámara colgando del hombro. Aún le costaba asimilar que, por fin, era fotógrafa profesional; no porque dudara de su capacidad para lograrlo, sino porque el tiempo había pasado muy rápido. Aquel debía ser un día para celebrar… pero algo en el aire la puso en alerta apenas cruzó la puerta.Su padre estaba en el sillón del comedor, con la mirada perdida y un fajo de papeles en las manos. No los leía, solo los sostenía, como si su peso fuera abrumador.Dejó la mochila en la entrada y colocó con cuidado la cámara sobre la mesita, pero sus movimientos se volvieron lentos, casi automáticos, al notar el silencio tenso que llenaba la casa.—¿Papá? —dijo, acercándose—. ¿Estás bien?Andrés Baeza alzó la vista. Tenía los ojos hundidos, como si llevara días sin dormir. Dudó antes de hablar, pero al final soltó un suspiro largo y tembloroso.—Valentina, siéntate, por favor. Necesito hablar contigo.Ella
Dos días antes del matrimonio.El aire en el lujoso edificio del Grupo Ferraro estaba cargado de una tensión palpable cuando Valentina cruzó el umbral de la puerta principal. El brillo de las paredes de cristal reflejaba su figura, iluminando su presencia como si cada paso que daba fuera una sentencia. Su cabello, un marrón claro que caía con suavidad sobre sus hombros, brillaba bajo las luces del lugar. Su silueta dejaba entrever la gracia con la que se movía, cada curva de su cuerpo resaltada por el ajuste perfecto de su vestido. La suavidad de su piel blanca, casi etérea, contrastaba con la dureza del lugar.Alejandro estaba allí, esperándola, con una mirada fría y calculadora. Sus ojos recorrían su figura con la calma de quien ya ha ganado una batalla y ahora disfruta del espectáculo. Cada paso de Valentina parecía acercarla más a su destino, y él lo sabía. Podía casi saborear la victoria en el aire, como si hubiera encontrado finalmente la pieza que le permitiría cobrar su veng
El sol se cuela tímidamente por las cortinas cuando ella abre los ojos. Por un momento, permanece inmóvil, tratando de recordar dónde está… y entonces la realidad la golpea con la misma fuerza que la noche anterior. Ya no está en su habitación, en su casa, en la vida que conocía. Está en la cama de un lujoso hotel. Es la esposa de Alejandro Ferraro.Se incorpora con lentitud, sintiendo el peso de la noche en los músculos y en la mente. A pesar de todo, ha logrado dormir unas pocas horas, aunque el sueño ha sido ligero y plagado de pensamientos confusos. Se gira hacia el otro lado de la cama, donde él había estado, pero el espacio está vacío. Mucho mejor.Un suave toque en la puerta la sobresalta.—¿Puedo pasar, señora? Soy Ana. Estaré a su servicio de ahora en adelante —dice una voz firme pero amable.Durante un instante, ella no sabe qué responder. No quiere ver a nadie, no quiere hablar, no quiere fingir que todo está bien cuando en realidad su mundo se ha derrumbado.—No necesito n
El jet aterriza con suavidad, y tan pronto como las puertas se abren, el calor seco del mediodía italiano la envuelve. El cielo está claro, de un azul brillante que contrasta con el paisaje de suaves colinas verdes y viñedos interminables.Un automóvil negro, de cristales polarizados y aspecto sobrio, los espera en la pista privada. Alejandro no pronuncia palabra durante el resto del trayecto. Se limita a observar por la ventanilla, con el ceño fruncido y la mandíbula apretada. Valentina, sentada a su lado, no pudo evitar pensar que ese repentino silencio tenía que ver con el mensaje que había recibido minutos antes.La curiosidad le cosquillea por dentro, haciéndole preguntarse qué clase de noticia podía alterarlo de esa forma. ¿Quién le había escrito? ¿Qué le habrían dicho para que se encerrara en ese mutismo impenetrable?Pero apenas se dio cuenta de en qué estaba pensando, frunce el ceño y desvía la mirada hacia la ventana.“¿Qué me importa a mí?”, pensó con fastidio. “Que revient