CAPÍTULO 32. “No puedo dejarlo”
Valentina baja las escaleras con el corazón en la garganta. El bolso en una mano, la otra temblando apenas. Cada paso resuena como un eco de su decisión. La música del salón aún vibra, mezclada con risas, copas, conversaciones. Nadie la ve. Nadie nota que se va.
Cruza el pasillo hacia el ascensor trasero. Piso menos uno. Tal como Luca le indicó.
Las puertas se cierran. El silencio dentro del ascensor se vuelve ensordecedor. Mira su reflejo en las paredes metálicas: ojos brillantes, rostro tenso, pero decidida. Por primera vez en mucho tiempo, se siente viva.
Cuando las puertas se abren, el estacionamiento está casi desierto. El frío de la noche se cuela entre los autos, y la luz blanca de los fluorescentes le da a todo un tono irreal.
Luca ya está allí. Apoyado contra un auto negro, con la puerta del copiloto abierta. Cuando la ve, endereza la postura.
—Sube —dice, sin rodeos.
Valentina corre hacia él, pero justo cuando está por entrar al auto… una voz estalla desde la oscuridad.
—¡Va