CAPÍTULO 30. Luces sobre la ciudad.
La sala de conferencias del hotel brillaba con un lujo sobrio. Candelabros de cristal colgaban del techo y una gran pantalla detrás del pódium mostraba el nombre del ambicioso proyecto: “Marina Ferraro – Lujo y Vanguardia en Alta Mar”.
Alejandro Ferraro se alzaba imponente en el centro del escenario, con el porte elegante de un hombre que sabía exactamente lo que valía. Vestía un traje oscuro hecho a medida que acentuaba su figura atlética, y su voz grave y pausada mantenía la atención de todos los presentes.
—Esta marina no es solo un puerto para yates —decía con seguridad—, es un punto de encuentro para el lujo, la inversión y el futuro.
Los socios, sentados en las primeras filas, asentían en silencio. Algunos tomaban notas, otros solo observaban. Pero no todos miraban la pantalla.
Valentina estaba allí, en primera fila. Su vestido negro de seda abrazaba cada curva de su cuerpo con una precisión que rozaba la provocación. Tenía el cabello suelto, ligeramente ondulado. Era imposible