CAPÍTULO 31. Una salida a oscuras.
—Estoy cansada, me quiero ir a la habitación.
Alejandro gira el rostro hacia ella, la observa por un segundo con una expresión neutra, impenetrable. Luego, sin cambiar el tono de voz, responde firme:
—No.
—¿Cómo que no? —pregunta ella, frunciendo el ceño.
Él le toma del brazo con suavidad, pero con una presión suficiente para que entienda que no tiene elección.
—Esta noche no se trata solo de ti, Valentina. Me acompañas hasta el final.
—Estoy agotada, Alejandro. He sonreído, he hablado, ya no puedo más.
—Sí que puedes. —Le suelta el brazo y le toma la mano con decisión—. Camina conmigo. Nadie va a notar nada si haces lo que tienes que hacer.
—¿Y si no quiero?
Él la mira de reojo, aún sonriendo para los invitados.
—No es momento de discutir.
La lleva con él entre los grupos de personas, saludando aquí y allá.
—Alejandro, me estás obligando —dice ella en voz baja, tensa.
—Te estoy recordando tu lugar —responde él sin mirarla, mientras le da la mano a un empresario—. Valentina, encantado