Pero desde las sombras, como era costumbre, se encontraba Liam. Observando el cuadro de Elena recostada sobre el hombro de Nathaniel, esta vez no estaba solo. —¿Atacamos? —preguntó uno de los hombres de la mafia, con la impaciencia dibujada en la voz.
Liam negó con un gesto severo. Sus ojos permanecieron fijos en Elena, y la dureza de su semblante se quebró apenas por un segundo. —No. Aquí no —sentenció—. No con ella presente.
Los otros hombres intercambiaron miradas confundidas, casi contrariados. Liam lo sabía: su lealtad pendía de un hilo, y su negativa podía costarle caro. Pero la imagen de Elena, vulnerable y tranquila por primera vez en semanas, lo paralizaba. Atacar a la Mansión Gray con ella adentro sería un error que no se perdonaría jamás. —Si no ahora, ¿cuándo? —insistió el líder del pequeño grupo, un lobo de mirada feroz—. El trato era claro. La mafia no va a esperar mucho más.
Liam entrecerró los ojos, calibrando sus opciones. Entonces, la sombra de una sonrisa oscura cru