Han pasado tres días. Solo tres.
Y sin embargo, se sienten como siglos.
Desde aquella noche no he vuelto a ser la misma. Mi reflejo ya no me reconoce. Mis pensamientos no me pertenecen. Mi alma, si es que queda algo de ella, está hecha jirones. Y el dolor…
El dolor no se ha ido. Solo ha cambiado de forma. Ya no lloro. Ya no grito. No me quedan lágrimas. Lo único que queda es este vacío oscuro, agudo, profundo, que se ha instalado en mi pecho como un tumor, consumiéndolo todo.
Estoy frente al espejo. Me estoy vistiendo. Mis manos tiemblan mientras abro el vestido negro que Killiam dejó sobre la cama. No es por el frío. Es por la ausencia. Por la certeza de que, cuando termine de abotonarlo, estaré saliendo a despedir a mi esposo… para siempre.
Damon Knight será enterrado hoy.
La mansión está en silencio, como si respetara el duelo que nadie ha nombrado. Nadie se atreve a hablar en voz alta. Killiam se encarga de todo, como si intentara protegerme de una realidad que ya me devoró.
Despu