No sabía que el alma podía romperse en tantos pedazos sin hacer ruido. Y sin embargo, ahí estaba yo, de pie en medio del infierno que yo misma había ayudado a desatar.
Todo ocurrió demasiado rápido. Los hombres de Liam irrumpieron en la mansión como una tormenta, armados hasta los dientes, arrastrando el caos con cada pisada. El estruendo de sus pasos resonaba en las paredes como si el mismo destino viniera a cobrarme todo lo que le debía.
Damon, de pie en lo alto de la escalera, no parpadeó. Ni siquiera pestañeó cuando los fusiles apuntaron a su pecho. Extendiendo un brazo, dio una órden seca a sus hombres:
—No disparen.
Él sabía lo que vendría si lo hacían. Una masacre. Una guerra sin retorno. Así que bajó lentamente los peldaños, con la mirada fija en Liam. Orgulloso. Serio. Invencible, a pesar de que lo estaba perdiendo todo.
—Siempre supe que este día llegaría —dijo Liam, sonriendo con esa arrogancia que me revolvía el estómago—. Que te vería caer... Y que me quedaría con todo. I