57: Un Dolor Inesperado

A veces, el silencio es peor que los gritos.

Más afilado que un disparo.

Más letal que un puñal en la espalda.

Y esa noche, el silencio me despertó.

No fue un ruido lo que me sacó del sueño. Fue la ausencia total de ellos.

La cabaña era un refugio perfecto: cálida, protegida, escondida. Rodeada de árboles que crujían con el viento y guardias que vigilaban cada rincón. O eso creí.

Abrí los ojos de golpe. Una sensación extraña me subía por la espalda, helada, como si algo me rozara desde adentro.

Algo estaba mal. Muy mal.

Me senté en la cama, desorientada. No se oía nada afuera. Ni voces. Ni pasos. Ni la música baja que Killiam tenía puesta en la cocina desde el comienzo de la noche. El decía que lo ayudaba a no dormirse.

Me levanté despacio. Caminé hacia la ventana, descorrí la cortina y no vi nada. Todo cubierto por la niebla de la madrugada. Pero algo se sentía mal, faltaban las luces de los faroles que iluminaban el sendero de la casa.

Eso me alertó, pero fue demasiado tarde, por
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