No sé cómo describirlo, pero cuando vi a Damon llegar a ese lugar, con esa mirada fría, rota, casi vacía, sentí que algo dentro de mí se quebró. Como si una parte de mí, la más valiente, la más terca, simplemente se rindiera.
Porque no fue su ira lo que me destruyó.
Fue su decepción.
Y la forma en que no me creyó.
Y ahora, estoy aquí. Sentada a su lado, en su maldito auto, después de que sus guardias me llevaran casi a la fuerza allí, con el corazón latiéndome tan fuerte que me duele el pecho. Me arde. Me consume. No puedo dejar de mirarlo de reojo. Está tan serio, tan callado, tan lejano.
—Damon… —mi voz es apenas un susurro. Me tiemblan los dedos—. Por favor, escúchame.
Y entonces, él habla.
Solo dos palabras.
—Cállate, Anel.
Y ya. Nada más.
No lo dice gritando. No lo escupe como un insulto. Es peor. Lo dice con una frialdad que jamás le había escuchado. Y esa indiferencia me parte el alma.
Apreté los dientes. Me obligué a no llorar. Porque sabía que si soltaba una sola lágrima, no