El amanecer trajo consigo una calma extraña. Lucía despertó en su habitación, con el corazón aún acelerado y el recuerdo del beso grabado en la piel. Se levantó despacio, con la sensación de que algo irreversible había sucedido.
Aún podía sentir el roce de los labios de Alexander, la calidez de sus manos, la forma en que la miró antes de apartarse, como si temiera perder el control por completo.
La noche anterior no hablaron más. Después del beso, él simplemente se retiró, dejando un silencio cargado de promesas incumplidas.
Lucía se vistió y bajó al comedor, intentando parecer tranquila. Alexander ya estaba allí, impecable como siempre, con el traje oscuro y la mirada concentrada en la pantalla del portátil.
—Buenos días —dijo ella, rompiendo el silencio.
Él levantó la vista, y durante un segundo, la rigidez desapareció.
—Buenos días. Dormiste bien?
—Lo intenté —respondió Lucía, sirviéndose un poco de café.
Hubo un momento incómodo. Ninguno sabía cómo actuar después de lo ocurrido. T