El amanecer bañaba las montañas de Monterrey con un resplandor dorado.
Lucía observaba el horizonte desde la terraza del pequeño departamento que habían alquilado. Las luces de la ciudad parpadeaban como brasas en la distancia, y el aire fresco traía el olor a café y pan recién hecho de una cafetería cercana.
Era su primer día en la nueva ciudad.
Su nueva vida.
El comienzo de todo lo que habían prometido.
Alexander aún dormía, agotado por el viaje y por las últimas semanas de preparación. Había vendido lo poco que les quedaba en el pueblo, empaquetado recuerdos, y conducido toda la noche para llegar antes del amanecer.
Lucía lo miró desde la puerta: el hombre que una vez fue un CEO arrogante y distante ahora descansaba en un sofá viejo, con una paz que no había tenido en años.
Por un momento, ella quiso quedarse solo así, mirando en silencio, grabando esa imagen en su mente.
Pero el deber la llamaba.
Tomó su bolso y salió rumbo al restaurante. Era un edificio elegante, con ventanales