La noticia de su supuesto matrimonio ya era imposible de ocultar. En menos de veinticuatro horas, los portales de entretenimiento, las revistas financieras y hasta los programas de espectáculos repetían el mismo titular: “Alexander Crawford, el soltero de oro, finalmente enamorado”.
Lucía no sabía cómo enfrentarlo. Había pasado de ser una desconocida a estar bajo el escrutinio de todo el país. Cada gesto, cada mirada, cada palabra suya era analizada, juzgada y, sobre todo, cuestionada.
Esa mañana, mientras el equipo de relaciones públicas se preparaba para una conferencia de prensa, Lucía permanecía frente al espejo, con un vestido sencillo de color crema. No podía evitar sentirse fuera de lugar entre tanto lujo y perfección.
Alexander apareció en la puerta, observándola en silencio.
—Estás hermosa —dijo finalmente.
Lucía se giró con una sonrisa tensa.
—No tienes que decir eso. Sé que todo esto es parte del plan.
Él dio un paso hacia ella, con esa mirada firme que no dejaba espacio a