El amanecer en Monterrey llegó con un cielo despejado, pero el corazón de Lucía estaba nublado.
Desde la conversación con Adrián, no había podido dormir. Las palabras de su antiguo mentor resonaban en su mente una y otra vez:
“Tu nuevo puesto depende de mí.”
Aquella frase la perseguía como una amenaza velada, y aunque intentó ignorarla, sabía perfectamente lo que Adrián era capaz de hacer.
Al llegar al restaurante, el ambiente había cambiado. Los empleados la miraban con respeto, pero también con una especie de cautela. Adrián había tomado control de varias decisiones sin consultarla, modificando el menú, reasignando horarios, e incluso firmando órdenes bajo su nombre.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Lucía, enfrentándolo en la cocina después del turno.
Adrián levantó la vista de los papeles con una calma calculada.
—Solo optimizo. Tú eres buena, Lucía, pero sigues siendo nueva. Necesitas respaldo.
—No necesito que tomes mis decisiones —respondió ella, intentando mantener la compost