Cap 3: ¡Estoy seguro que no!

Los fuertes golpes en la puerta los hicieron separarse. Rubí casi agradeció esa intervención, aunque al identificar la voz de la persona que gritaba enloquecida, se arrepintió al instante.

—¡Rubí, sal ahora mismo de ahí! ¡Rubí!

«¡Era la voz de su padre!», después de tanto tiempo finalmente volvía a escucharlo, el solo pensamiento casi la hace sonreír. Sin embargo, su tono, ese tono que solamente utilizaba cuando hacía algo muy malo, le asustó de inmediato.

—Es papá —musitó bajito, deseosa de esconderse en algún lugar.

—¡No lo repetiré, si no sales ahora mismo, derribaré la maldita puerta! —bramó encolerizado.

—Quédate aquí —dijo Eros, encaminándose a la salida para encarar al hombre.

Rubí se asustó más. Ya conocía sus métodos para resolver los problemas.

—No, no. No te involucres en esto. Yo… —miró a su alrededor, tratando de idear un plan—. ¿Tienes algo que pueda ponerme?

Eros no pareció muy convencido de esto, pero buscó su maleta, la abrió y entonces sacó una chaqueta. Ella rápidamente se la colocó, la prenda le quedaba demasiado grande, pero ignoró esto y, tomando una respiración profunda, se dirigió a la puerta.

La mano del hombre se aferró a su brazo de nuevo.

—¿Estás segura?

—Sí —respondió sin mirarlo. La persona que llamaba era su padre. Así que luego de explicarle la situación, seguramente se pondría de su lado. O al menos eso era lo que esperaba.

Sin embargo, nada estaba más alejado de la realidad.

En cuanto cerró la puerta, advirtiéndole a Eros por última vez que no saliera, se encontró con que Mauricio Visconti la esperaba completamente enfurecido. Sus ojos verdes parecían estar a punto de transformarse en rojos. Y luego de escanear rápidamente su aspecto, espetó con odio:

—¡¿Qué crees que estás haciendo, maldita puta?! —le jaló el cabello. No tuvo tiempo para replicar, mientras la arrastraba por el pasillo.

—¡Papá, por favor…! ¡Papá! —sujetaba su brazo, tratando de hacer que la soltara o al menos que el agarre disminuyera un poco.

Pero Mauricio no quería escucharla. Cuando llegaron al estacionamiento, la lanzó al asiento trasero del auto, cerrando la puerta de un portazo que la estremeció de pies a cabeza.

—¡Con lo que me costó conseguir este matrimonio, te atreves a serle infiel a tu esposo el mismo día de tu luna de miel! —gruñó entre dientes, subiéndose a su lado. Las venas de su frente visiblemente hinchadas.

Rubí no sabía qué historia se había inventado Alberto para justificarse, pero al parecer, lo primero que hizo luego de levantarse, había sido envenenar a su padre.

—Papá, deja que te explique… —Las lágrimas comenzaron a salir sin control. Y es que no sabía cómo había logrado contenerlas durante tanto tiempo.

—¡¿Explicarme qué?! ¡¿Cómo te acostabas con ese don nadie?!

Sabía que, si no le estaba colocando la mano encima en ese momento, no era debido a la falta de ganas, era a causa del reducido espacio que había entre ellos.

—¡Las cosas no son así!

—¡Cierra la boca! —la miró con atención, como si recién se diera cuenta de que no estaba haciendo señas con las manos—. ¡No quiero escuchar tu asquerosa voz hasta que lleguemos a casa!

Rubí guardó silencio. Su vista se perdió en el recorrido mientras pensaba en el inicio de aquel día que creyó que sería el más feliz de su vida, pero resultó ser una completa pesadilla.

Esa mañana, se despertó con ilusión, miró su vestido de novia y lo acarició como si fuera lo más preciado.

Estaba enamorada. Amaba a Alberto o, al menos, amaba la versión que le vendió mientras la conquistaba.

Y es que, desde su secuestro, nunca había recibido tantas atenciones, nunca alguien se había mostrado verdaderamente interesado en enamorarla.

Pero ahora, esa burbuja le había explotado en la cara.

Alberto, en realidad, era el hombre más desgraciado que había conocido jamás.

Cuando llegaron a la mansión Visconti parecía que un tribunal se había levantado específicamente para condenarla.

En la sala de la casa se encontraba su madre, Luciana, sentada con la espalda recta, la cabeza ligeramente elevada, dando a entender que estaba por encima de cualquiera. A su lado, su hermana, Mariana, imitaba su postura. Sabía que su hermana menor la odiaba por haber sido la favorita de su abuelo, puesto que, al morir el viejo Visconti, dejó una clausula que la convertia en su sucesora. Pero dichas acciones seguian en manos de su padre hasta que se casara, porque asi lo habia dispuesto el viejo. Los ojos de ambas mujeres parecían juzgarla directamente. Pero como si no fuera suficiente, en un rincón, sentado como quien había sido la víctima en todo esto, se hallaba Alberto. Los hombros caídos, la cabeza inclinada, el labio roto. Si no supiera de lo que era capaz, hasta le hubiera causado un poco de lástima.

—¿Qué significa esto? —preguntó al verlo. Sus manos se empuñaron de impotencia y rabia.

—¿Qué significa qué? —su padre la empujo al ver que se quedaba paralizada—. Nosotros no somos los que tenemos que dar las explicaciones aquí. ¡Eres tú! —le gritó a la cara—. ¡¿Cómo te atreves a darle un somnífero a tu esposo y escaparte a la habitación de otro hombre?!

—¡¿Qué?!

Lo que escuchaba era simplemente impensable. Miró a Alberto, sus pies se movieron en su dirección, quería… quería matarlo con sus propias manos, quería estrangularlo hasta presenciar cómo el aire escapa de sus pulmones.

¡¿Cómo se atrevía a difamarla?!

—¡Diles la verdad, maldito cobarde! ¡Diles lo que me hiciste! ¡Diles como planeabas matarme con tu amante! ¡Diles cómo me pegaste! —señaló el golpe en su mejilla para que todos lo notaran. Sin embargo, nadie pareció conmoverse ante esto—. ¡Fuiste tú el del engaño! ¡Fuiste tú el que admitió haberse casado conmigo únicamente por interés! ¡¿Por qué no les dices a todos los que me gritaste en privado?! ¡¿Por qué?!

—¿De qué estás hablando, Rubí? —La voz del hombre era baja, lastimera. Hasta parecía que estaba a punto de llorar—. ¿Por qué mientes tan descaradamente a tu familia? ¡Di la verdad!

—¿Qué yo miento? —no lo podía creer. ¿Cómo era capaz de actuar como el bueno cuando en realidad era el villano?—. ¡¿Cómo te atreves?! —su mano se alzó con la intención de regresarle la bofetada que le había dado, pero entonces, su padre la detuvo en el acto.

—¿Y qué si te pego? ¡Te lo mereces! —le dijo aquellas palabras que le hicieron arrugar el rostro del más puro y genuino dolor. Su propio padre estaba consintiendo que un tipo le golpeara—. ¡Eres una mujerzuela, no mereces el más mínimo respeto! ¡Es increíble que así le pagues al único hombre que estuvo dispuesto a casarse contigo a pesar de tu infertilidad! Dime, ¿crees que alguien más va a aceptarte así? ¡Porque te diré la respuesta ahora mismo, estoy seguro que no!

Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App
Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App