Hospital Cantonal de Ginebra – Diciembre.
Las luces del hospital no tenían alma. Eran frías, clínicas, indiferentes. Como si no importara cuántos cuerpos entraran, cuántos sueños se extinguieran. La vida seguía. Pero no la mía.
Todo olía a químicos, a miedo, a tiempo suspendido. Había estado aquí antes. Cuando era niña. Cuando me dijeron que mi madre había muerto. Un accidente, dijeron. Nada qué hacer, dijeron. Mentiras. Siempre mentiras. Hoy volvía. No como hija. Ni como víctima. Sino como un arma. Cargada de preguntas. Y lista para disparar.
Verona estaba en cuidados intensivos. Una bala en el costado. Dante dijo que no tocó órganos vitales. Pero su rostro… su rostro decía otra cosa. Culpa. Silencio. Algo roto en los ojos.
—Quiero verla —dije. Sin pedir. Sin suplicar.
Él asintió. No dijo nada. Las sombras bajo sus preciosos ojos grises parecían más profundas que las de todo el pasillo.
Entré sola. La habitación era un universo aparte. Afuera, el mundo celebraba Navidad con luces y