DANTE
Italia no me recibió con flores, sino con lluvia. Como debía ser. En Nápoles, el cielo no perdona ni a los santos ni a los bastardos. Y yo había dejado de ser lo primero hace tiempo. La villa se alzaba como una herida vieja, cerrada en falso. Las paredes olían a humedad, a sangre seca y a decisiones mal tomadas. Me gustaba. Era hogar.
Verona había viajado unos días antes para prepararlo todo. Ivy, por supuesto, había llegado conmigo. No me dejaba respirar, y en cierta forma, tampoco quería que lo hiciera. Era su forma de decir que no me iba a dejar romperme. O tal vez, era su forma de aprovechar el filo con el que volví. Me había convertido en un monstruo funcional. Uno que no lloraba, no amaba, y solo respondía a tres cosas: negocios, venganza y sexo.
La mesa del salón estaba cubierta de papeles, armas, mapas, coordenadas. El retorno al infierno no se hace con flores, sino con estrategia. Mis hombres estaban de vuelta. Paolo, mi primo, el único de sangre que me quedaba. Rugoso,