La encontré sola en la cocina, a las tres de la madrugada. Ivy. Copa de vino en mano. Descalza. Vestido corto, negro, de esos que gritan con descaro: "¡Mírame!", pero que en ella parecía una declaración de guerra. Y esa actitud suya... felina, dueña de cada madera bajo sus pies, de cada sombra proyectada por la luz del refrigerador abierto. Era como si dijera sin decirlo: "Este es mi territorio. Yo llegué primero. Tú eres apenas un accidente."
—¿No puedes dormir? —preguntó sin volverse, su voz sedosa como un cuchillo envuelto en terciopelo.
—No cuando las serpientes se arrastran tan cerca del fuego.
Ella sonrió, lento. Maliciosa.
—Dante ronca. Siempre lo hizo. Aunque... —bebiendo un sorbo— supongo que no te molesta si estás demasiado ocupada jadeando.
Avancé dos pasos. Ni un pestañeo.
—¿Buscas algo, Ivy? Y no me refiero solo al refrigerador.
—¿Además de comida y diversión? Quizá recordarle a D quién fue su verdadero infierno. Y su descanso.
—DANTE no parece interesado en recordar nad