**ÁNGEL MONTENEGRO**
El reloj digital marca las 19:00 p. m.
El sonido metálico del segundero es lo único que osa romper el silencio absoluto. Me recuesto en el sillón de cuero, el respaldo gime levemente bajo mi peso. La habitación está sumergida en penumbra, iluminada solo por el resplandor frío de las pantallas que cubren toda la pared frente a mí. En ellas, el mundo gira según mis reglas.
Las cámaras transmiten cada ángulo, cada movimiento. Veo los botes acercarse a la costa de la isla; la lluvia golpea los cascos metálicos como si intentara advertirles que están entrando en territorio prohibido. Pero nadie escucha las advertencias del cielo.
Sonrío… Sé que mi sobrino está entre ellos. Él cree que la oscuridad lo protege, que el manto de la noche lo vuelve invisible. Qué ingenuo. La oscuridad no protege… obedece. Y a mí, me pertenece.
Apoyo los codos sobre el escritorio, entrelazo los dedos y dejo que el silencio me hable. Los monitores titilan, mostrando rostros tensos, armas list