La capital de Eldoria despertó esa mañana con el estruendo de mil cascos golpeando las piedras del camino real, un sonido que no se había escuchado desde las grandes procesiones triunfales de los reyes guerreros. Isabella cabalgaba en la vanguardia de una columna que se había transformado de un grupo de doscientos refugiados en una fuerza de más de dos mil almas durante los cinco días que había tomado el viaje de regreso desde Piedra Rota.
El pueblo había salido a recibirlos desde antes del amanecer, llenando las calles como un río humano que fluía hacia el palacio. No llevaban antorchas ni gritaban consignas revolucionarias; simplemente caminaban en silencio junto a los caballos, con una determinación que parecía brotar de la tierra misma. Isabella reconoció rostros entre la multitud: artesanos que habían perdido sus talleres por los impuestos excesivos, campesinos